09 noviembre 2011

Nuevas armas, viejas guerras


La mujer está enterrada hasta la cintura. El torso, la cabeza y los brazos cubiertos con telas pesadas, un atuendo poco apropiado para ese clima tórrido, pero sobre todo, poco digno para asistir a su propia muerte. El hombre, mayor, sostiene en su mano una piedra; a su lado, otro hombre sostiene un libro. El ritual continúa de la forma prescripta, demasiado lento para verlo entero, pero sin cortes en la pantalla de la PC.

Lejos de allí, otro hombre pasea por un parque. Viste sobriamente colores poco llamativos, gris, celeste apagado. La tarde es agradable, mucha gente parece haber decidido aprovecharla. El hombre contesta las preguntas de alguien que no vemos. La pantalla es toda suya, y mientras disfruta visiblemente del clima templado, nos relata con todos los pormenores su deseo sexual hacia los niños. El documental desarma detalladamente la historia de este sacerdote pedófilo, recogiendo sus declaraciones, las de sus víctimas, y las de las autoridades que lo encubrieron durante años.

Una prestigiosa empresa de medios, produce y pone al aire varias series de documentales sobre los argumentos en contra de la existencia de Dios, de cualquier dios. Los canales por los que los difunde pueden no ser los centrales, pero los horarios son prime time, y el rating los acompaña. Al mismo tiempo, decenas de tele-evangelistas propagan largas horas de milagros y salvación en lenguaje televisivo.

Después de haberle sido declarada la muerte clínica a Dios en más de una ocasión, y de haber comprobado, con sorpresa y a veces hasta con indignación por un lado, y por el otro, con orgullo y satisfacción, que estas muertes sólo fueron falsos diagnósticos, ambos bandos contendientes en la batalla más duradera de la que se tenga memoria, se disponen a ampliar su arsenal.

A poco de haberse cumplido diez años de los atentados contra los Estados Unidos es evidente que algo, en esta guerra ha cambiado. Más allá de las indiscutibles lecturas político económicas relacionadas con estos ataques y los que les siguieron en Europa, pocos son lo que niegan hoy que existe un entramado de cosmovisiones en pugna por detrás, pero que, por supuesto, nada tiene que ver con la casi infantil explicación del ex Presidente de los EE.UU. sobre la división del mundo en “ejes”, argumento más cercano a un pobre guión cinematográfico que a la realidad. De hecho, en este tejido subyacente, es claro que la cosmovisión Bush (h), la trama, está bastante más cerca de la de los agresores del 11 de septiembre de lo que podría sospecharse a primera vista. La urdimbre, por otro lado, la integran, en líneas muy generales, aquellos defensores de la Razón, de raíz iluminista, filosófica laica y humanista secular. Trama y urdimbre forzosamente entrelazadas en un tejido sujeto a los más variados tironeos, y que, ya entrados en este siglo XXI, presenta más de una rasgadura y varios bordes deshilachados.

Decía antes que los arsenales se van ampliando, y como en casi la totalidad de las prácticas culturales de nuestro tiempo, los medios audiovisuales se posicionan en lugares de privilegio (y muchas veces de prestigio) cuando se trata de difundir masivamente las ideas. Como si se tratara de un tablero sostenido por tres patas, el mundo se sustenta en un precario equilibrio de imágenes simbólicas, de formas de ver y de interpretar la vida. Una de las patas, probablemente la más sutil, es la discusión de fondo, el intercambio académico y filosófico de núcleo más duro, el que sigue sosteniendo el texto escrito como herramienta más sólida para la construcción del conocimiento y su devenir histórico y social. La otra pata es la de la coerción, el uso, legítimo o no, de la fuerza, para producir cambios efectivos. Y la tercera, claro está, son los medios y canales de difusión de los discursos audiovisuales. La pata que más se ha desarrollado en el último siglo, y cuyo horizonte de crecimiento es difícil vaticinar. Pie robusto, que muchas veces otorga legitimación, autoridad, y por lo tanto consenso, al accionar de la pata coercitiva, y por este motivo podemos considerarlo aún más poderoso que ésta.

En los EE.UU., en las últimas dos o tres décadas, las comunidades educativas se han visto expuestas a sistemáticos intentos por parte de grupos cristianos radicales (grupos de alto poder adquisitivo y político, no olvidemos que con su explícito apoyo George W. Bush ganó su reelección), de incluir en la currícula de las clases de biología, el creacionismo bíblico, bajo el poco convincente disfraz del llamado diseño inteligente, otorgándole la misma cantidad de horas cátedra dedicadas al evolucionismo darwiniano, intentos que hasta ahora han sido frenados en la justicia, pero que hacen prever que tarde o temprano lograrán incluir.

En Latinoamérica la situación es diferente. Mientras que las iglesias históricas prácticamente nunca han visto cuestionados sus privilegios (subsidios, sueldos pagados por el Estado, exenciones impositivas, etc.), por un lado las nuevas iglesias, de raigambre protestante, y por otro las prácticas new age, han incrementado su presencia de manera exponencial. Por poner sólo un ejemplo, hoy Brasil tiene un total de 14% de sus diputados declarados evangélicos [1] que, aunque provienen de diferentes partidos políticos, votan en bloque cuando la temática les es especialmente sensible. Si el embate creacionista ocurriera en Brasil, probablemente se convertiría en ley. De igual modo, la explosión de espiritualidades (y sobre todo mercancías) de claro carácter híbrido, creencias mixtas orientales-occidentales-autóctonas, que toman sin mayor reflexión, de aquí y de allá, conformando un entablado más bien endeble de afirmaciones sobre lo sobrenatural, van acompañadas generalmente de intereses (económicos) mediáticos.

Ningún observador serio atribuiría sin más ambas situaciones, Norte y Sudamérica, únicamente al poder de los medios. Pero desconocerlo sería igualmente erróneo. ¿Existe algo propio del lenguaje audiovisual que lo hace tan apropiado para la difusión de ideas? ¿Qué aportan los medios audiovisuales a la batalla por el establecimiento de sentidos trascendentes?

Desde el inicio mismo del cine, en 1895, la religión dominante en aquél ámbito, el Catolicismo Romano, estuvo presente. El mismo Louis Lumière produjo en 1898 lo que sería probablemente el primer relato de la Pasión de Cristo en lenguaje audiovisual [2]. Primero, decía, de una serie que tiene su más reciente exponente en la controvertida The Passion of The Christ [3], guionada, producida y dirigida por el no menos controvertido Mel Gibson. Entre ambas, una larga lista de producciones que nunca disimularon su vocación evangelizadora, incluyendo verdaderas joyas de la cinematografía, como las producciones bíblicas de la era dorada de Hollywood. En los EE.UU., gran cantidad de producciones destinadas sobre todo a las aulas o a los intervalos en las salas de cine, supieron, desde temprano, el poder de la narrativa audiovisual, establecida tal como la conocemos, alrededor de 1915 con dos producciones de David W. Griffith (The birth of a Nation [4] - El nacimiento de una Nación e Intolerance [5] - Intolerancia). Lenguaje expresivo que, heredero no natural de la narrativa de la novela decimonónica, se construyó sobre la base de la transparencia y la invisibilidad y neutralidad del narrador. Lenguaje potente, capaz de transmitir de forma muy directa emociones y sentimientos.

Unas pocas producciones se animaron, sin embargo, a mostrar el otro lado de la historia. En 1960 se estrenó Inherit the wind [6] (Heredarás el viento), adaptación de la obra de teatro homónima, que cuenta el famoso caso del “juicio del mono”, ocurrido en Tennessee, EE.UU., en 1925, en el que John Scopes fue encontrado culpable de enseñar la teoría de la evolución en una escuela primaria. Más allá de ciertas imprecisiones históricas, la película logró que el caso se volviera famoso y emblemático en la lucha por la separación de los intereses religiosos de los estatales.

Pero como decía más arriba, 2001 marcó no sólo el comienzo de un siglo y un milenio nuevos, sino que, a raíz de los atentados de Nueva York, un notorio recrudecimiento de la vieja batalla en la que trama y urdimbre tiran cada vez más enérgicamente tensando el tejido social. Y en este movimiento donde los pliegues parecen cada vez más escasos, los medios audiovisuales, pero quizá más aún, lo canales de difusión de esos discursos, cobraron un protagonismo nunca visto. Una enorme cantidad de producciones documentales han visto la luz estos últimos años con temáticas que van desde el más duro ateísmo, anticlericalismo, denuncias contra personas e instituciones religiosas, hasta films de autoafirmación religiosa, temática new age, autoayuda y superación, promoción de instituciones religiosas, ataques contra el ateísmo, etc. Las creencias (y su contrapartida, las no-creencias), vuelven a ser un tema de actualidad, y los medios dan cuenta de ello. La enorme cantidad de libros que se han publicado sobre esta temática desde 2001 permanecen semanas en las listas de los más vendidos, y los films, tanto de ficción como documentales, se producen a ritmo acelerado.

Claro que la enorme difusión de estos últimos no tendría explicación, a menos a nivel global, si no tenemos en cuenta que el nuevo siglo trajo también un avance enorme en materia de tecnología. La alta velocidad en la transmisión de datos, la multiplicación de computadoras hogareñas con gran capacidad de almacenamiento, los teléfonos celulares con cámara y las redes sociales aportaron dos elementos que potencian los propios del lenguaje audiovisual: la inmediatez y la horizontalidad. Un video tomado con su teléfono por un usuario cualquiera en cualquier lugar del mundo puede en instantes ser compartido y visto por miles de personas en cuestión de días. De igual manera, un film documental con alto costo de producción llega en poco tiempo a cualquier hogar del planeta con una PC, una conexión de banda ancha y un programa P2P instalado, aunque las corporaciones empresarias del medio persigan y condenen este tipo de prácticas de intercambio.

Aunque no sea propio del lenguaje, los nuevos soportes y medios de difusión sin duda tienen todavía mucho que decir y aportar a esta batalla, cuyo comienzo quizá podamos consensuar, pero cuyo destino, por el momento, nadie puede presagiar.

Quién sabe. Quizá la única forma de pensar un futuro en armonía y sociedad sea rasgando de una vez por todas la tela, sacándonos el ropaje antiguo, para imaginar una nueva forma de vestir.

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