27 enero 2009

Breve

En el tercer año de la Escuela Nacional de Náutica tuve el mejor profesor que recuerde. Y eso que tuve, a lo largo de los años, muchos y muy buenos profesores. Fácilmente podría armar una galería con varios de los que realmente impactaron en mi vida, pero MG, sin duda alguna, encabezaría mi lista. Con él analizábamos planos de equipos electrónicos increíblemente grandes y complejos. Transmisores, receptores, radares, toda clase de aparatos que encontraríamos luego a bordo. Nos transmitió un modo inteligente y sensato de acercarnos a los problemas (electrónicos, claro está), y de planificar una solución. Pero como sucede con las personas que verdaderamente tienen talento, sus conceptos siempre excedieron su ámbito. El poder abstraerse, dar un paso atrás para tener la visión completa, el tratar de detectar los bloques importantes en un sistema complejo, todo eso es aplicable a muchas cosas más que un, ahora simple, equipo electrónico. Recuerdo una vez en que, para solucionar determinada cuestión en un circuito, me aconsejó pensar los extremos. Pensar los extremos significa, al analizar cualquier sistema complejo, llevar una o más variables a cero o a infinito para forzar una definición. De esta manera es mucho más fácil percibir las tendencias. Pensar los extremos también es una tarea delicada, porque siempre se tiene que estar consciente de que los valores fueron forzados para llegar donde hayan llegado, que es sólo una herrarmienta para entender los movimientos naturales. Pensar los extremos ayuda a entender y captar con más claridad las estructuras.

Quisiera aclarar que el texto que aparece sobre la imagen no es mío. Yo simplemente lo traduje, adaptándolo un poco, del original en inglés que encontré en la web.


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