07 agosto 2011

El ojo de Adriana



A Adriana no le interesan los objetos. Adriana, cuando mira, no ve la materia. Ella entiende que los cuerpos son sólo accidentes. Obstáculos que filtran, desvían, diluyen, reflejan, refractan. El ojo de Adriana comprende que todo es luz (y sombra, claro), y que los elementos del cosmos sólo hacen explotar de infinitas maneras la verdad de la luz. Y el dedo de Adriana decide cuándo es el momento de congelar el mundo, cuándo semejante belleza tiene que acabar porque ya no se soporta más. Y en ese momento, el cerebro de Adriana comienza a seleccionar, a pergeñar un recorte de su mirada para compartirla con nosotros, con los demás. El ojo de Adriana es sabio; su dedo, decidido; su mente, conspiradora; y su corazón, generoso.


A Egipto no le interesa el tiempo. Por Egipto han pasado pueblos, lenguas, culturas, arte, religiones, faraones, reyes, emperadores, presidentes, aviones de guerra, tratados de paz, eremitas, falsas odaliscas, auténticos turistas, magnicidios, atentados y revoluciones con espíritu democrático. Pero Egipto es orgulloso, y a Egipto no le interesa el tiempo, porque, como dice el dicho, el tiempo le teme a las pirámides. Egipto y el tiempo, como se darán cuenta, llevan una vieja y no siempre fácil relación.


Y para colmo llegó Adriana. Que después de un tórrido romance de verano, pasó por un otoño de indiferencia, algún que otro invierno de recriminación y finalmente lo inevitable. El ojo de Adriana se reconcilió con el viejo Egipto y descubrió lo que siempre fue: el más maravilloso reservorio de materia reflejante y refractante, y su dedo, una vez más, no dudó. El amor y la maravilla llegaron a su madurez.



(click en la imagen para agrandar)