La mujer está enterrada hasta la
cintura. El torso, la cabeza y los brazos cubiertos con telas pesadas, un
atuendo poco apropiado para ese clima tórrido, pero sobre todo, poco digno para
asistir a su propia muerte. El hombre, mayor, sostiene en su mano una piedra; a
su lado, otro hombre sostiene un libro. El ritual continúa de la forma
prescripta, demasiado lento para verlo entero, pero sin cortes en la pantalla
de la PC.
Lejos de allí, otro hombre pasea por un
parque. Viste sobriamente colores poco llamativos, gris, celeste apagado. La
tarde es agradable, mucha gente parece haber decidido aprovecharla. El hombre
contesta las preguntas de alguien que no vemos. La pantalla es toda suya, y
mientras disfruta visiblemente del clima templado, nos relata con todos los
pormenores su deseo sexual hacia los niños. El documental desarma
detalladamente la historia de este sacerdote pedófilo, recogiendo sus
declaraciones, las de sus víctimas, y las de las autoridades que lo encubrieron
durante años.
Una prestigiosa empresa de medios,
produce y pone al aire varias series de documentales sobre los argumentos en contra
de la existencia de Dios, de cualquier dios. Los canales por los que los
difunde pueden no ser los centrales, pero los horarios son prime time, y el rating
los acompaña. Al mismo tiempo, decenas de tele-evangelistas propagan largas
horas de milagros y salvación en lenguaje televisivo.
Después de haberle sido declarada la
muerte clínica a Dios en más de una ocasión, y de haber comprobado, con
sorpresa y a veces hasta con indignación por un lado, y por el otro, con
orgullo y satisfacción, que estas muertes sólo fueron falsos diagnósticos,
ambos bandos contendientes en la batalla más duradera de la que se tenga
memoria, se disponen a ampliar su arsenal.
A poco de haberse cumplido diez años de los
atentados contra los Estados Unidos es evidente que algo, en esta guerra ha
cambiado. Más allá de las indiscutibles lecturas político económicas
relacionadas con estos ataques y los que les siguieron en Europa, pocos son lo
que niegan hoy que existe un entramado de cosmovisiones en pugna por detrás, pero
que, por supuesto, nada tiene que ver con la casi infantil explicación del ex
Presidente de los EE.UU. sobre la división del mundo en “ejes”, argumento más
cercano a un pobre guión cinematográfico que a la realidad. De hecho, en este
tejido subyacente, es claro que la cosmovisión Bush (h), la trama, está bastante más cerca de la de
los agresores del 11 de septiembre de lo que podría sospecharse a primera
vista. La urdimbre, por otro lado, la
integran, en líneas muy generales, aquellos defensores de la Razón, de raíz
iluminista, filosófica laica y humanista secular. Trama y urdimbre forzosamente
entrelazadas en un tejido sujeto a los más variados tironeos, y que, ya
entrados en este siglo XXI, presenta más de una rasgadura y varios bordes
deshilachados.
Decía antes que los arsenales se van
ampliando, y como en casi la totalidad de las prácticas culturales de nuestro
tiempo, los medios audiovisuales se posicionan en lugares de privilegio (y
muchas veces de prestigio) cuando se trata de difundir masivamente las ideas.
Como si se tratara de un tablero sostenido por tres patas, el mundo se sustenta
en un precario equilibrio de imágenes simbólicas, de formas de ver y de
interpretar la vida. Una de las patas, probablemente la más sutil, es la
discusión de fondo, el intercambio académico y filosófico de núcleo más duro,
el que sigue sosteniendo el texto escrito como herramienta más sólida para la
construcción del conocimiento y su devenir histórico y social. La otra pata es
la de la coerción, el uso, legítimo o no, de la fuerza, para producir cambios
efectivos. Y la tercera, claro está, son los medios y canales de difusión de
los discursos audiovisuales. La pata que más se ha desarrollado en el último
siglo, y cuyo horizonte de crecimiento es difícil vaticinar. Pie robusto, que
muchas veces otorga legitimación, autoridad, y por lo tanto consenso, al
accionar de la pata coercitiva, y por este motivo podemos considerarlo aún más
poderoso que ésta.
En los EE.UU., en las últimas dos o
tres décadas, las comunidades educativas se han visto expuestas a sistemáticos
intentos por parte de grupos cristianos radicales (grupos de alto poder
adquisitivo y político, no olvidemos que con su explícito apoyo George W. Bush
ganó su reelección), de incluir en la currícula de las clases de biología, el creacionismo bíblico, bajo el poco
convincente disfraz del llamado diseño
inteligente, otorgándole la misma cantidad de horas cátedra dedicadas al evolucionismo darwiniano, intentos que
hasta ahora han sido frenados en la justicia, pero que hacen prever que tarde o
temprano lograrán incluir.
En Latinoamérica la situación es
diferente. Mientras que las iglesias históricas prácticamente nunca han visto
cuestionados sus privilegios (subsidios, sueldos pagados por el Estado,
exenciones impositivas, etc.), por un lado las nuevas iglesias, de raigambre
protestante, y por otro las prácticas new
age, han incrementado su presencia de manera exponencial. Por poner sólo un
ejemplo, hoy Brasil tiene un total de 14% de sus diputados declarados
evangélicos
que, aunque provienen de diferentes partidos políticos, votan en bloque cuando
la temática les es especialmente sensible. Si el embate creacionista ocurriera
en Brasil, probablemente se convertiría en ley. De igual modo, la explosión de
espiritualidades (y sobre todo mercancías) de claro carácter híbrido, creencias
mixtas orientales-occidentales-autóctonas, que toman sin mayor reflexión, de
aquí y de allá, conformando un entablado más bien endeble de afirmaciones sobre
lo sobrenatural, van acompañadas generalmente de intereses (económicos)
mediáticos.
Ningún observador serio atribuiría sin
más ambas situaciones, Norte y Sudamérica, únicamente al poder de los medios.
Pero desconocerlo sería igualmente erróneo. ¿Existe algo propio del lenguaje
audiovisual que lo hace tan apropiado para la difusión de ideas? ¿Qué aportan
los medios audiovisuales a la batalla por el establecimiento de sentidos
trascendentes?
Desde el inicio mismo del cine, en
1895, la religión dominante en aquél ámbito, el Catolicismo Romano, estuvo
presente. El mismo Louis Lumière
produjo en 1898 lo que sería probablemente el primer relato de la Pasión de
Cristo en lenguaje audiovisual .
Primero, decía, de una serie que tiene su más reciente exponente en la
controvertida The Passion of The Christ ,
guionada, producida y dirigida por el no menos controvertido Mel Gibson. Entre
ambas, una larga lista de producciones que nunca disimularon su vocación evangelizadora,
incluyendo verdaderas joyas de la cinematografía, como las producciones
bíblicas de la era dorada de Hollywood. En los EE.UU., gran cantidad de
producciones destinadas sobre todo a las aulas o a los intervalos en las salas
de cine, supieron, desde temprano, el poder de la narrativa audiovisual,
establecida tal como la conocemos, alrededor de 1915 con dos producciones de
David W. Griffith (The birth of a Nation
- El nacimiento de una Nación e Intolerance
- Intolerancia). Lenguaje expresivo que, heredero no natural de la narrativa de la novela decimonónica, se construyó
sobre la base de la transparencia y la invisibilidad y neutralidad del
narrador. Lenguaje potente, capaz de transmitir de forma muy directa emociones
y sentimientos.
Unas pocas producciones se animaron,
sin embargo, a mostrar el otro lado de la historia. En 1960 se estrenó Inherit the wind
(Heredarás el viento), adaptación de la obra de teatro homónima, que cuenta el
famoso caso del “juicio del mono”, ocurrido en Tennessee, EE.UU., en 1925, en el
que John Scopes fue encontrado culpable de enseñar la teoría de la evolución en
una escuela primaria. Más allá de ciertas imprecisiones históricas, la película
logró que el caso se volviera famoso y emblemático en la lucha por la
separación de los intereses religiosos de los estatales.
Pero como decía más arriba, 2001 marcó
no sólo el comienzo de un siglo y un milenio nuevos, sino que, a raíz de los
atentados de Nueva York, un notorio recrudecimiento de la vieja batalla en la
que trama y urdimbre tiran cada vez más enérgicamente tensando el tejido
social. Y en este movimiento donde los pliegues parecen cada vez más escasos,
los medios audiovisuales, pero quizá más aún, lo canales de difusión de esos
discursos, cobraron un protagonismo nunca visto. Una enorme cantidad de
producciones documentales han visto la luz estos últimos años con temáticas que
van desde el más duro ateísmo, anticlericalismo, denuncias contra personas e
instituciones religiosas, hasta films de autoafirmación religiosa, temática new age, autoayuda y superación,
promoción de instituciones religiosas, ataques contra el ateísmo, etc. Las
creencias (y su contrapartida, las no-creencias), vuelven a ser un tema de
actualidad, y los medios dan cuenta de ello. La enorme cantidad de libros que
se han publicado sobre esta temática desde 2001 permanecen semanas en las
listas de los más vendidos, y los films, tanto de ficción como documentales, se
producen a ritmo acelerado.
Claro que la enorme difusión de estos
últimos no tendría explicación, a menos a nivel global, si no tenemos en cuenta
que el nuevo siglo trajo también un avance enorme en materia de tecnología. La alta
velocidad en la transmisión de datos, la multiplicación de computadoras
hogareñas con gran capacidad de almacenamiento, los teléfonos celulares con
cámara y las redes sociales aportaron dos elementos que potencian los propios
del lenguaje audiovisual: la inmediatez y la horizontalidad. Un video tomado
con su teléfono por un usuario cualquiera en cualquier lugar del mundo puede en
instantes ser compartido y visto por miles de personas en cuestión de días. De
igual manera, un film documental con alto costo de producción llega en poco
tiempo a cualquier hogar del planeta con una PC, una conexión de banda ancha y
un programa P2P instalado, aunque las corporaciones empresarias del medio
persigan y condenen este tipo de prácticas de intercambio.
Aunque no sea propio del lenguaje, los
nuevos soportes y medios de difusión sin duda tienen todavía mucho que decir y
aportar a esta batalla, cuyo comienzo quizá podamos consensuar, pero cuyo
destino, por el momento, nadie puede presagiar.
Quién sabe. Quizá la única forma de
pensar un futuro en armonía y sociedad sea rasgando de una vez por todas la
tela, sacándonos el ropaje antiguo, para imaginar una nueva forma de vestir.