29 enero 2008

Promesas no cumplidas

Como cada vez que escribo una nueva entrada pasó tanto tiempo desde la anterior, acabo de tomar una decisión. Y es no explicar por qué pasó tanto tiempo desde la entrada anterior. Y esto es todo lo que tengo que decir al respecto.

También quisiera aclarar que la promesa hecha en el anterior “post” (qué moderno...) acerca de publicar acá un poema de mi autoría queda por el momento postergada por tiempo indeterminado. Es que las situaciones van cambiando y con ella las necesidades. Prefiero reservarla para cuando haga falta, si es que llega ese momento.

Tanto cambian las situaciones que resulta que ahora estoy escribiendo desde un muy real dos ambientes con terraza (aunque sin acceso a ella por el momento, qué le vamos a hacer, la vida no es perfecta) de mi propiedad. Qué paradoja. Este blog comenzó siendo el espacio virtual que reemplazaba en algunos aspectos al real (vean el primer “post”). ¿Será que ahora tendré que redefinirlo? En todo caso quedará para más adelante, por el momento hay cosas bastante más interesantes que decir...

Vayamos al punto.

Resulta que estoy leyendo un libro muy interesante llamado “Civilización” de Roger Osborne. El autor se pregunta, ya que estamos inmersos en un mega discurso que nos dice que estamos presenciando un “choque de civilizaciones”, y sobre la necesidad de defender la nuestra, qué es verdaderamente la civilización occidental. Qué es esa construcción abstracta a la que se nos llama a proteger y preservar. De dónde viene y qué es lo que ha logrado a lo largo de la historia. Todavía no lo terminé, pero acabo de cruzarme con un par de párrafos de lo más interesantes que quisiera compartir. Son algunas reflexiones sobre la conquista de América. Como siempre, recorté y cambié algunas pocas cosas. No se lo pierdan.

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“Quizá el aspecto más inquietante de la conquista de Mesoamérica consiste en la idea de que la sociedad moderna occidental no podía, ni puede, vivir junto a cualquier otra clase de cultura. Nos sentimos obligados a preguntarnos si la manera occidental de pensar y de organizar los asuntos de los humanos nos permite ser capaces de fijarnos y, quizá, de aprender algo de otras culturas sin necesidad de dominarlas, destruirlas e intergrarlas en nuestro sistema. Nuestra historia subsiguiente parace demostrar que las únicas culturas no occidentales que han sobrevivido han sido las que estaban físicamente alejadas (inuit, papúes) o aquellas cuyo poder militar resultaba demasiado fuerte (China).

Sin embargo, Mesoamérica nos explica una historia diferente. El gobierno español, obsesionado con la superioridad de los españoles de pura sangre, introdujo categorías raciales en México y en sus otros territorios. Lo que sucedió en Norteamérica fue diferente. Escasamente habitada, con una gran diversidad de modos de vida, los americanos nativos del norte vivían en su mayor parte en el seno de sociedades basadas en poblados y fundamentadas en redes de parentesco que fueron totalmente aniquiladas por los recién llegados europeos. En cualquiera de los dos casos, más allá de un corto devaneo durante la Ilustración con la noción algo confusa de la “inocencia primitiva”, la suma de todo lo que los europeos han conseguido aprender, tras medio milenio de residencia en América, se acerca mucho a cero.

Nuestra caracterización de otras civilizaciones como “atrasadas”, “retrógradas” o “subdesarrolladas” ha sido una constante occidental desde el siglo XVI. Una vez asentada la idea de una progresión lineal de la historia, resultó imposible deshacerse de ella: las sociedades sólo pueden posicionarse en algún punto de una línea recta que comienza en la Edad de Piedra y continúa a través del tiempo para rozar el futuro en Silicon Valley. No disponemos de un aparato conceptual que nos permita enfrentarnos a una sociedad cuyo desarrollo no se ajuste a este modelo.

La esclavitud hizo posible la colonización de América y dotó a los Estados Unidos, el país que alcanzó el mayor éxito económico del continente, de un legado perdurable. Pero los afroamericanos y los pueblos nativos americanos recuerdan de una manera incómoda que Estados Unidos, como cualquier otra cultura, tiene un pasado. Una vez iniciada la esclavitud masiva, los europeos no tardaron en advertir que todos los esclavos eran africanos. A partir de ahí, se derivó rápidamente la idea de que todos los africanos eran esclavos. Jamás los vieron en otro contexto, no los conocieron como jefes tribales, o poderosos generales, o artistas de talento o hábiles artesanos, sino sólo como bestias de carga humanas e indefensas. Lo más grave no consistía únicamente en la posesión de seres humanos (algo que se practicaba en muchas sociedades), sino en la convicción de que su color les hacía merecedores de su condición, a lo que se sumaba una extraordinaria crueldad.

La historia nos explica los sucesos acaecidos, pero no nos proporciona consejos para el futuro o, al menos, no los consejos que estamos dispuesto a aceptar. La conquista americana no impedirá que la historia se repita. Quizá todo lo que somos capaces de aprender consiste en que una civilización humana, convencida de su superioridad militar, resulta muy capaz, incluso aunque sus miembros se consideren mucho más civilizados de que otros, de infligir una brutalidad indescriptible con el objetivo de destruir otra civilización. Y sabemos muy bien que eso es verdad porque ya ocurrió.”

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Por cierto que hay cosas que yo tomaría con pinzas, pero en general está interesante, ¿no? Un poco pesimista, pero no demasiado errado. Quizá la única manera de no repetir los errores sea recordándolos permanentemente.

Feliz 2008!